El apostol del Gadis

El mendigo del super me lo dijo ayer por la mañana: "Yo soy curandero, que hoy en día está muy desprestigiado. Pero en dos segundos sé lo que le pasa a una persona." Me dió un mini-masaje en el cuello con su mano mugrienta y a continuación, mirándome a los ojos me dijo: "Tú andas perdida, pero ya encontrarás tu camino. Lo mejor es viajar y olvidarse del dinero".
Ya.

jueves, 4 de noviembre de 2010

CURRUPIPIS Y CACATÚAS, LA VENUS NO SE UBICA

Hice dos entrevistas con las dueñas de la tienda: tres hermanas de avanzada edad. Las tres maquilladas a rodillo (como dice el chófer) y con pelos con un volumen un tanto sobrenatural. Lo que cualquiera llamaría cacatúas. No podían dejar de mirarse en los espejos mientras me preguntaban y yo contestaba acorralada en uno de los silloncitos de mimbre del probador. Estaba bastante intimidada por dos sencillas razones: no podía creerme la bola que estaba metiendo (cuestión de supervivencia) y porque el escenario de la entrevista me descolocaba. Un cuartito lleno de espejos, dos silloncitos de mimbre y varias banquetas con telas y lazos gigantes, una mesa y fotografías enmarcadas de niños famosos con dedicatorias (como los cuatro de Miranda y Julio Iglesias). Por un momento sentí cierto reparo, y no sólo por estar a solas en un probador con tres mujeres desconocidas (perdón, señoras, que en la tienda ese vocablo está prohibido).

Ya este empiece me habría tenido que alertar los sentidos, pero la desesperación apaga cualquier sospecha y no pude negarme a trabajar de dependienta en la tienda Barbie en el barrio de Salamanca: La élite de Madrid y de España, en ropa de niños (según las currupipis de las empleadas).

Cuando me levanto por las mañanas me recuerdo que tengo un trabajo y debo sentirme agradecida. Y cuando llego a la tienda me recuerdo que es un trabajo provisional y que sólo me quedan dos meses para que se acabe el contrato. No es que esté a disgusto, al fin y al cabo ya me he hecho un hueco y estoy cogiendo cierto gustillo a vender. Es que mi cuerpo, entrenado para soportar las sesiones más agresivas de la clase turista (horas infinitas de estudio con el culo pegado a una silla) se resiente a estar de pie, corriendo, saltando, subiendo y bajando escaleras a toda velocidad, haciendo equilibrios con cajas gigantes y pesadas, cogiendo vestidos de comunión en vilo con un dedito en la percha…Me queda un consuelo: Definitivamente estoy más fuerte y me duelen más los pies.

Por las mañanas saludo a mis compañeras (pueden ser dos o tres dependientas), saludo a la modista (que para las jefas es “La Señora”) saludo a las jefas, saludo a la administrativa de por la mañana. Sí, todo son  mujeres, sin hijos y con edades comprendidas entre los 45 y los 80: Soy la más joven. Me pongo a barrer la calle, la tienda, a fregar el suelo, a pasar el aspirador…vamos, la rutina mañanera. Todo claro hasta aquí. Luego, comienza el día.

Una de las dependientas empieza despellejando a la otra en confianza conmigo, la otra culpando a la otra de algo inexplicable, y la otra comentando lo poco que le gusta trabajar con la de más allá. Muy bien avenidas, muy bien vestidas, sin necesidad de trabajar, muy bien situadas en la sociedad con maridos empresarios y demás, y por supuesto, con ganas de ganarse mi confianza. Todo con mucha finura porque en esta tienda todo es muy fino, pero como dirían ellas: “se ponen a caer de un burro”.

Lucía: Venus, esas bolsas para los jerseys son muy grandes, ¿quién te ha dicho que los metas ahí? Claro, si por no trabajar…ésta te habrá dicho cualquier cosa y te manda a ti hacerlo. Pero primero habrá que enseñarte: La bolsa tiene que ir pegada al jersey. Déjalo que ya los doblo yo para que queden bien.

Yo miro las bolsas y veo que sobra menos de medio centímetro. Miro como saca los jerseys, como los dobla y donde los guarda. Y empiezo a hacer la misma operación.

Lucía: No, Venus. Déjalo ahí encima que ya lo hago yo porque tengo que ordenar bien el cajón.
Yo: Bueno. ¿Te ayudo en otra cosa?
Lucía: Mira, busca una caja para meter esos pantalones.

Empiezo el periplo…una caja…una caja…¿ésta? Noooo, ésa no sirve, es marrón. ¿ésta? Nooo, es pequeña ¿ésta? Nooo, tiene que tener tapa….pueeesss…no sé. ¿qué tipo de caja quieres? No hay ninguna parecida a las cajas del almacén.

Lucía: ¿No hay? A lo mejor hay que vaciar alguna
Jefa1: ¿Qué estás haciendo?
Yo: Busco una caja para meter unos pantalones
Jefa 1: ¿Cuáles?
Yo: Unos largos de pana
Jefa 1: Uy! No, no, esos son para colgar en perchas en la trastienda. Mira, coge unas perchas de madera y los cuelgas ahí.
Jefa 2: Venus, ¿estás ocupada? Cuando termines con eso, plancha estos vestiditos que son para el escaparte.
Lucía: ¿Qué buscas, Venus?
Yo: Unas perchas de pinzas, de madera, para los pantalones
Lucía: ¿Pero no te he dicho que van en una caja?
Yo: Eh, sí. Pero me acaban de decir que los cuelgue en la trastienda con las perchas.
Lucía: ¿Quién te ha dicho eso?
Yo: La Jefa 1.
Lucía: Pero bueno, esta mujer no se entera de nada, esos pantalones son para guardar en cajas. Yo, de verdad…que ganas de trabajar dos veces…
Jefa 1: ¿Has encontrado ya las perchas que te dije?
Yo: Estoy buscándolas. No sé si van a caber colgados y no encuentro una caja para meterlos.
Jefa 2: ¿Ya están planchados esos vestidos? Es que corre mucha prisa. Mira, plancha eso y luego sigues con los pantalones.
Sara: Venus, hija, búscame unas bolsas de plástico que hay que ir guardando bien los abrigos
Jefa 3: ¡Madre mía, como está esto de cajas sin abrir! Niña, mira, ve abriendo esas cajas para sacar los albaranes y hacer las etiquetas ¡¡qué hay que marcar muchísimo!!

Abro una caja y cojo el albarán, plancho un vestido, cojo unas bolsas por el camino y las perchas las meto en una caja. Suena el timbre de la puerta, otra caja nueva con más ropa. Suena el teléfono de la palanca ¿nadie puede cogerlo? Suena el otro teléfono, es de la otra tienda que quieren saber si tenemos un jersecito celeste de primera puesta “Voy a mirar, ¡no cuelgues!”. Suena el telefonillo para que le diga a la Jefa 3 (que está en la oficina) que coja el teléfono de la palanca. Suena cuatro veces seguidas la campanilla de la oficina (eso significa que tengo que entrar inmediatamente allí, algo quiere la Jefa 3) que busque a la Jefa 2 y de paso que le dé los albaranes. Y entonces, ya cargada con la caja con las perchas, las bolsas, la nota de lo que me han pedido, el vestido planchado esperando a salir y el recibo del mensajero para colocarlo en el pincho y los albaranes, entonces, suena el timbre de salir a la tienda urgentemente. “¿Eso es para mi?” La Señora me dice que sí. Así que, como no encuentro donde dejar las cosas salgo con todo mirando sí tengo que atender a un cliente, ¡pero no!. Esta vez lo que se requiere es que saque un body de manga larga, de talla cero de la trastienda del taller. Ya he dejado la caja en un sitio, las perchas en otro, las bolsas las conservo con las notas, corro a por el body (todavía tengo el teléfono descolgado!) y veo que la caja de los bodys está en la estantería de arriba del todo, debajo de las otras dos que tocan el techo. Me cagüen… y no por nada en especial, es que necesito las dos manos y hacer un hueco para la escalera y bajar las cajas y volver a colocarlas y recolectar otra vez las bolsas y las notas. Triunfal aparezco con el body en la tienda, lo planto en el mostrador y busco el jersecito celeste de primera puesta:

“¡Es una monada! Es que es de algodón de calidad, esta marca es buenísima. Fíjese que bien queda debajo del vestidito” “Mmm, sí, queda precioso, pero no es lo que yo quería” “Toma, hija, guarda el body en su caja”
…Guarra…

Por fin puedo colgar el teléfono en la tienda. Bajo al almacén y le doy a Sara las bolsas. Subo a la tienda y cojo el body. Atravieso la trastienda, el patio interior del edificio y llego a la trastienda del taller. Movilizo todo y meto el body en la caja mientras pienso que el body se lo podía haber metido Lucía a la clienta por donde más le gustase. No es un capricho, es que cada vez que pasa alguien tengo que recoger la escalera, así que he subido y bajado unas ocho veces (con y sin cajas). En el taller La Señora plancha, y yo pincho el recibo del mensajero, dejo el albarán en la oficina y preparo todo para marcar. Prueba superada hasta nuevo timbrazo. ¡Ay! ¡Los pantalones!



Tres días en semana tenemos a un chófer que mueve el género de una tienda a otra, o lleva algún encargo a casa de una clienta. Cuando le conocí me saludó y a continuación me dio una advertencia de familia: no te fíes de nadie aquí. Glup. Una de sus funciones es sacar las cajas de cartón vacías a la basura. Un día le ayudé porque eran muchas y se produjo un pequeño revuelo. “Ni se te ocurra volver a ayudar a David con las cajas, que es su trabajo, como si tiene que hacer tres paseos” Al día siguiente Lucía me lo recalcó adornado con alguna que otra mezquindad. Y al otro las jefas. Le toca hoy tirar las cajas y cuando llega el momento pide ayuda, él solo no puede. Esta vez vuelve a haber otro revuelo:¡Venus te ayuda a tirar las cajas!

Las jefas se marchan juntas con sus peinados, sus joyas, sus caritas pintadas y arrugadas  y sus abrigos de pieles. En el fondo puedo entender todas sus torpezas, son tan mayores… La Señora fue oficinista durante quince años, puedo entender su pasotismo en el trabajo. Las dependientas...

Siempre con simpatía, pero procurando no enseñarme aquello que sólo ellas deben saber para ser indispensables: utilizar la caja, poner la alarma, dar unas luces y no otras, marcar y separar ropa para las otras tiendas…en fin, esas cosas dificilísimas. Una decide ridiculizar mi falta de conocimientos en cuanto a ubicar géneros y tallas, y la otra directamente me ocupa con la plancha. En fin, estrategias elaboradas con delicadeza entre arrullos y diminutivos.

Pero dios es grande (también es muy propio de estos saraos recurrir al grandísimo) y ha enviado bajas por doquier. Puedo atender a los clientes y vender.


Próximo capítulo: Cultura callejera repartiendo papelotes.