El apostol del Gadis

El mendigo del super me lo dijo ayer por la mañana: "Yo soy curandero, que hoy en día está muy desprestigiado. Pero en dos segundos sé lo que le pasa a una persona." Me dió un mini-masaje en el cuello con su mano mugrienta y a continuación, mirándome a los ojos me dijo: "Tú andas perdida, pero ya encontrarás tu camino. Lo mejor es viajar y olvidarse del dinero".
Ya.

lunes, 6 de diciembre de 2010

EMPANADA PARA CENAR

El frío húmedo se diferencia del seco porque traspasa la ropa. El frío húmedo sin calefacción, se diferencia del seco en que uno se viste con más ropa en casa que en la calle. Cuando eso sucede y se es consciente, hay que tomar medidas. En mi caso sucede cuando llego a ponerme los guantes y el gorro de lana mientras estudio. Mejor dicho, cuando decido bajar a la calle para moverme y entrar en calor, y al cruzar el portal me doy cuenta de que en la calle no necesito el gorro, ni los guantes y mucho menos el segundo abrigo. Entonces, una vez que estoy en la calle y hago lo que iba a hacer (dar dos vueltas a la manzana a buen paso) decido dar luz verde al plan de emergencia térmica: voy a cocinar algo en el horno, en el fogón, en el grill del microondas y a lavar los platos con agua caliente. Lo de la habitación… se superará con los dos edredones.
Esto requiere grandes dosis de coordinación, lo cual no siempre sucede. Sobre todo porque la cocina y el horno son de gas, de esos que tenían nuestras abuelas, y da cierto respeto. Eso sí, es infalible para caldear. Un amigo me dijo un día que iba a morir intoxicada. Pero yo, entre la muerte dulce del gas con la cocina caldeada y la muerte lenta del frío de la ventana con rendija, lo tengo claro.
Hoy va a ser fiesta: voy a hacer una empanada con masa de hojaldre congelada. A mi madre le sale riquísima y yo voy a continuar con la tradición familiar de las empanadas de hojaldre made in home (aunque en mi caso parto de la del Día). Además utilizo el horno y los fogones. Para el grill…ya me inventaré algo.
Encender este horno tiene un atractivo ancestral: chascas una cerilla y alejop! decenas de llamitas se encienden. Dejar la puerta abierta y mirar las llamas de gas es todo un placer para mi nariz helada, que creo que ya no sirve para oler. Abro la puerta del horno cada 3 minutos para mirar la empanada y calentar la napia. Hasta que, aburrida y por qué no decirlo, con la espalda y el culo helado, decido sacar la empanada a la mesa y testar meticulosamente el estado de la masa, procurando dejar bien abierta la puerta del horno. Indescriptible y abrumador: el calor en el culo y los riñones comienza a repartirse por el resto del cuerpo…ah….
Ring. Ring. Ring.
“¡Qué raro! Llaman a la puerta. ¿contesto o no?... como sea un portugués, no le voy a entender nada… Vamos allá”
-Estou?!
-Cristina, sou o Luis. Estou com a Rita aquí em baixo e vamos subir bsfsfillñasfs…vsdfsbssdf, ok?
-Eeeeh, ok,ok.
En resumen: van a subir. Los caseros son un encanto, tienen mi edad y me tratan como a una hija deficiente. Normal, debo parecer retrasada porque no les entiendo nada y cuando hablo confirmo mi subnormalidad. En fin, voy a meter la empanada en el horno a ver si se termina de hacer rápido, es decir, sin abrir la puerta. Ojalá se queden a cenar, si no me va fastidiar bastante por hacerme ilusiones: El calor corporal no tiene precio. Con tal de que se queden les regalo la empanada hasta sin catarla.
Pero, pero…no es posible: huele a quemado. ¡¿Cómo huele a quemado si no ha pasado ni un minuto?! ¡¡¡Dios mío, hay llamas gigantes en el horno!!! ¡¡¡Fuego en el horno!!!
Abro para cerciorarme, como si no fuese suficiente con el humo negro que no me deja ver. Una lengua de fuego sale decidida a envolverme. Apago el gas y abro la ventana, pero el fuego continúa. ¿cómo mierda se apaga esto? Creo que no se debe echar agua… Esta sí que es buena, los caseros van a ver en vivo y en directo como les quemo la cocina.
¡Este humo es peligrosísimo! Ay dios, ¡Qué negro, no se ve un pijo! Y Luis y Rita ¿dónde están? ¡papá, mamá! ¡Vecinos! ¡Veciña, por deus abra a porta que tenho fogo na cocinha! Mierda, vieja sorda, que no estoy robando, lo que estoy haciendo es quemar la casa!!!! Veciños!Veciños!!
-Ola!?
-Ola, fogo! Fogo! FOGO no forno!! – mierda, joder, aquí no abre la puerta ni dios y nos vamos a morir todos asfixiados.
-Ola? O que é o que está a passar? Quem é?
-Abra a porta, por favor!! - ¿es que no les llega el humo? buaff- T-E-NH-O F-O-G-O en casa! –y los caseros me van a pillar en plena faena, joder…qué cagada… Por cierto, ¿cómo pueden tardar tanto en subir?
Los vecinos abren la puerta con muchísima tranquilidad, me miran con cara circunstancial y me dicen algo. Ni papa. Hace un rato que sólo pienso en que voy a quemar una casa y a matar con el humo a los vecinos.
-Fogo! Fogo! ¡qué sí, hombre, que sí! Del horno
-É teu este fume?
-¿Qué? El horno, o forno, o forno!
Despacio y riendo (cómo me jode) pasan a mi casa dos chicos mientras remueven el humo. La vecina se queda en el umbral sonriendo. Salen de ella y entran en la suya con aire condescendiente. La operación me da que va a ser limpia y rápida, sus caras me lo dicen. Y entre el pánico del fuego e intuir la cara de los caseros, reconozco que me sienta bastante mal. ¿Qué pasa, qué tiene de gracia? ¿por qué ese gesto de héroes paternales? Salen otra vez de casa, pero esta vez lleva cada uno una jarra de agua. Cuando salen de la mía me dicen:
-Já está pronto. Non f-o-g-o.
-¿Ya? ¿ya está? ¿con dos miserables jarras de agua? – estupefacta, o más bien ridícula, miro las jarras de agua: son las de la comida, no creo que lleguen al litro cada una.
Lo peor es que parecen tener razón: se empieza a ver en el descansillo. Me siento mal mirando sus jarras vacías en las manos y creo marearme, será el humo…
-Muito obrigada e disculpen. Non sei o que fixen...
Una vez en casa, fría como un témpano con todas las ventanas abiertas y con un olor a quemado que parece llegar del mismo infierno, me quedo un tanto bloqueada mirando el horno con la empanada llena de agua. Sí. Parece que no se puede comer nada, ni siquiera raspando lo quemado. Parece una sopa de tomate con tropezones.
Tiene su lógica lo del agua… al fin y al cabo no hay electricidad por ningún lado ¿cómo no se me ocurriría?
Ring! Ring!
¡Ay, dios, otra vez! ¡Los caseros!
Abro la puerta y no son precisamente los caseros, son los héroes de los vecinos que me invitan a cenar. ¡Qué majos! Lo admito. Este gesto les exculpa de cualquier acto maquiavélico pertrechado en mi hogar. “Encantada, majetes. Con vecinos como vosotros da gusto”. Pero cuando estoy saliendo por la puerta aparecen en las escaleras (por fin) los caseros cargando con un mueble gigante. Por eso tardaban tanto, no debe ser fácil llegar a un quinto con eso a cuestas por unas escaleras estrechas, llenas de humo negro y sin luz.
-Hombre, Luis, Rita! Eeeeh, tengo que comentaros algo…
-Olah! Vahmos pahssahr….
Os veciños, que ya conoce a Luis, pasan prudentemente a su casa. Y yo aprovecho para entrar en la mía y recoger la cocina en tiempo record. A parte del olor y cerrando la puerta del horno, no hay nada más que delate un fuego de llamas. Increíble. Mientras Luis y Rita se pelean con un mueble gigante en el pasillo, intento comentarles lo sucedido. Cuando el mueble ya está colocado, me dicen que han pedido unas pizzas y que me invitan a cenar. Me siento muy alagada porque, a parte de haberse tomado muy bien lo del fuego, nunca tuve tantas invitaciones portuguesas.
Rita ya ha preparado la mesa y yo he avisado a los vecinos (una pena, yo que creía que iba a hacer amigos en la comunidad). Quiero aportar algo a la cena y hago una ensalada sin tabla para cortar, porque no la encuentro. La tabla de cortar de plástico blanco ha desaparecido. Mentalmente repaso entre bocado y bocado. De vez en cuando me levanto a coger un cubierto para disimular y abrir un armario para asegurarme de que ahí tampoco está. Definitivamente, la tabla se ha esfumado….esfumado… un momento… en la sopa-empanada había algo muy grasiento que…¡era plástico!
Una velada maravillosa, con una conversación encantadora, mientras disimulo con la tabla, con el horno, con la empanada…
En la despedida les doy las gracias por la cena y por su comprensión con el fuego. A lo que Luis, mirándome incrédulo me dice:
-Como?! O fume vinha de aquí?!
Al día siguiente me trajo un extintor. Tres semanas para traerme la lavadora y se saca un extintor en menos de 24h. Manda caralho.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

EL PINGÜINO DE MATEUS

¿Qué tiene que ver un pingüino gigante con un vino? Pues ahí estoy yo, entre el pingüino y el vino. Un pingüino casi igual de alto que yo, color rosa, custodiando las botellas de vino. Por lo visto es un reclamo publicitario…joder… empezamos bien el día ¿no podría haber sido otro animal? Éstas son las cosas que nunca te cuentan antes de un trabajo: “Vas a tener que estar de pie, enmarcada en un puestecito de los helados, y con un pingüino rosa gigante”. En una mesita de 50 x 50 cm me han montado un chiringuito de miedo: dos cubiteras (que no tienen precisamente hielo del ártico, sino de la pescadería de al lado), unos platos con galletitas saladas y unos vasitos de plástico. Muy cuco.
La gente está eufórica por comer y beber mientras compra, debe ser la proximidad de  las fiestas navideñas, que va abriendo el apetito. O simplemente, un chupito de aquí y otro de allá, les hace comprar con más cabeza y agudizar el olfato rellenando los carros hasta rebosar. Al menos, hay que decir que el ambiente está menos crispado de lo habitual.
Los empleados, por otra parte, lo llevan bien, sobre todo el entrechupitado, si puedo utilizar la expresión. No deben comer ni beber nada, aunque pocos se resisten. Lo que sea, pero sin romper botellas de vinos que tienen que manejar, y sobre todo, sin que nadie se entere.
-¡Hola!
-Hola
-¿Cuántos días vas a estar aquí?
-Cuatro ¿quieres un chupito?
-Yo también estuve trabajando de promotora, pero yo con champán – se bebe el vino de un sorbo.
-Ah. ¿Y ahora qué estás haciendo?
-Soy reponedora. Bueno, en realidad soy decoradora. Estudié Decoración de interiores, y estuve trabajando un año, pero se acabó el contrato y esto es lo que he encontrado…
-Si. Yo acabé el año pasado la carrera y de momento…voy a trabajar estos cuatro días…
-Pues… ¡Suerte!
-Gracias. “Espero que no sea la tuya, maja”
-Hola
-Hola
-¿Qué tal lo llevas?- me dice el chico del toro, el que trae las botellas en cantidades industriales.
-Bien… ¿un chupito?
-¿Has vendido muchas botellas? –se acerca con discreción.
-Unas diez…
-¿Y cuántas tienes que vender?- Y apura rápidamente el vaso.
-Doscientas cuarenta…
-Puf…vaya mierda ¡Esto es una mierda! Estoy hartísimo de este trabajo
-¿Llevas mucho tiempo?
-Pues…medio año. Me quedan dos asignaturas para acabar la carrera y necesitaba dinero, pero me estoy quemando muchísimo. En cuanto pasen las fiestas lo dejo.
-¿Qué estudias?
-La superior de Informática
-¿Y no has encontrado nada? Yo pensaba que erais los que más trabajo teníais….
-Pssi…pero sin cobrar. Prácticas y esas cosas hay a patadas, pero yo necesito algo de dinero y…pensé que este trabajo lo podía compaginar pero…estoy quemadísimo. Bueno, no me puedo entretener más. ¡Ánimo con las botellas!
-¡Hasta luego!
Vaya percal. Mejor centrarme en los clientes y el pingüino, que por lo menos me entretienen un poco la mente. Les recito un mantra navideño: ¿Conocen este vino? ¿Quieren probar Mateus rosé? Es un vino espumoso, rosado, de origen portugués, afrutado, ideal para mariscos. Parece mentira, pero la mente descansa. Sobre todo porque de vez en cuando me encuentro con alguien enrollado, vamos, que ya va cocido y la conversación deriva por otros derroteros (a fulanita le gusta más el blanco, ¿no serás tú portuguesa?...) y mientras, vacío las botellas en los vasitos.
Me he quedado sin hielo así que me toca un paseo a la pescadería. Con el mandilón negro hasta los pies y una cubitera en cada mano, es difícil pasar desapercibida:
-¡Hola guapa! ¡Señora, que tenemos visita! ¿Y el vinito, guapa? Se te ha olvidao…a ver cuando nos pasas por aquí una botella que nosotros también lo queremos probar. Y si nos lo ofreces tú… ¡nos sabe más rico!
-(Sonrisa forzada con un paro respiratorio) Holah…Perdona…de dónde puedo coger el hielo…
-Entra ahí y coge
“Dios, que bochorno… sólo tengo que atravesar la tienda otra vez, rápidamente, decir adiós y gracias, y punto. Cómo resbala este suelo y como pesan las cubiteras ¡si no puedo con ellas! Lo que sea antes de volver a por más hielo. Pingüino de mi vida, tu eres tan alto como yo, por eso te quiero tanto y te doy  mi corazón… no me dejes caer aquí y dame fuerzas para sacar las cubiteras…”
-¡Adiós y gracias!
-¡Hasta luego, guapa!
Acabo el día vendiendo 150 botellas, más o menos. Que más o menos, van a ser doscientas diez botellas, por no poner doscientas cuarenta. Relleno unas encuestas sobre el número de clientes y sus gustos, todo con mucho rigor. Miro al pingüino antes de irme, y no puedo evitar sentirme de la familia: igual de torpe, igual de cursi, igual de fuera de lugar… ¡y sin poder quedarme con el abridor de botellas si quiera! Intento correr al coche pero sólo puedo dar saltitos. Sospecho que se debe a algo más que los tacones…

Próximo capítulo: Empanada para cenar

viernes, 12 de noviembre de 2010

CULTURA CALLEJERA REPARTIENDO PAPELOTES

Hace frío y no me da la gana quedarme en camiseta. Estuve parte de la mañana recorriendo las tiendas de la zona para dejar montañas de papelotes de propaganda, y ya no sé que calle me queda, así que, he decidido quedarme en el corazón del área de acción: la boca de metro. El abrigo no me lo quito y la bufanda menos. Así que no queda otra que ponerse la camiseta por fuera, que, al fin y al cabo, parece hecha para eso por el tamaño. Tengo aspecto de cono luminoso, como esos que se utilizan para balizar las carreteras, y efectivamente, llamo la atención. Creo que si fuera disfrazada de osito gigante llamaría la atención igual, con la ventaja de que nadie me vería la cara. Pero soy fuerte. Por dios, que no me encuentre a nadie…
El ambiente mañanero es entrañable. Al menos noto cierta simpatía entre el personal: “¡Niña, ponte al sol que te pasmas!” “¿Ties fuego?” “¿Y esto, queda por aquí cerca?” Ancianos, yonkis tranquilos sentados en los bancos, la quiosquera más maja que maja, los grupos de africanas entrando y saliendo del metro…Un dato curioso, de todas las señoras que ayudé a bajar el carrito de la compra a rebosar por las escaleras del metro, la mayoría eran hispanas. Lo que llamaría yo una estadística a pie de calle, datos de campo, como dirían en mi escuela. Y como diría en cualquier otra situación, el puro aburrimiento te hace contar las cosas más estúpidas.
Pero a la mañana le sigue la tarde, y en estas épocas del año, anochece pronto. Para mí, y mis alrededores, no hay problema: la calle sigue iluminada ¡qué pasada de camiseta! Pero sin sol, el aire está más frío y, ¡Qué carajo, es que hace más aire! Así que, más por el clima que por las bolsas de papelotes interminables, me pongo en situación: por aquí no pasa ni dios sin llevar cuatro papeles de los míos en las manos.
Con música follonera es más fácil endosarlos a los mismos que pasan dos y tres veces por la plaza. “Sí, ya te conozco ¿y qué?” Que sale gente del metro, a por ellos. Que el metro queda seco, a por la gente que cruza. Que me llueve una nube de polvo de mármol de la obra, a sumergirse en ella que ahí la gente se agarran a lo que sea.
La cosa comienza a ponerse complicada: empieza a llegar gente para tomar cañas. Miro a los yonkis y veo los mismos de por la mañana, tranquilos. Hay chavales que han quedado en la boca del metro (malditos)...gays culturetas y michinos, que no me cogen los papeles “Si ya lo sé, hombre, si yo también estoy concienciada contra este tipo de propaganda, pero…por un día…tampoco pasa nada…Guapo, guapo, grima, simpática, ¡Qué educada es la gente! Y casi nadie tira los papeles al suelo, flipo con la conciencia ciudadana, para que luego diga la televisión…hooolaaaa moreno….qué guapo ese gitano…. ¿qué, que dice? ¡Ah, qué me lo dice a mi!” Me quito los cascos.
-¡Degcansa un poco!
-Buf, ¡qué dices! Lo que quiero es acabar…
-¿Cómo te llamas?
-Soy La Venus
-Hola (dos besos)
“Joder, que gitano más educado. Y bien vestido, este hombre tiene pelas…”
-Y ¿Llevas todo el día?
-Si.
-Yo hago figuras con alambre. ¿Te hago una?
-Eeeeeh….peeeroooo…mira, yo no tengo pelas... - momento solidario - ¿cuesta poco?
-Por un euro te hago tu nombre
-Vale - Un euro, por lo menos es un euro… ¡joder, un euro!…bueno, a ver, es un euro…
-¡Oye!
-¿Si?
-¿No tendrás un porro?
Lo último: la imagen de fumar un porro en el trabajo, con el gitano guapo, en la boca de metro, con la camiseta luminosa, con la nube de  polvo de la obra, de noche, con los yonkis, con la gente que viene muy mona a tomarse sus cañas, con el frío y con la angustia de encontrarme con alguien conocido con semejante aspecto ¿qué si yo tengo un porro? ¿Tendré aspecto de fumar porros?
Acabó mi nombre con un corazón muy grande, a modo de plataforma, quedando La Venus en el aire. ¡Qué bien! Me vuelvo a casa con el corazón en el bolsillo y sin que nadie se dé cuenta: llevo puesto mi abrigo negro.

Próximo capítulo: El pingüino de Mateus.

jueves, 4 de noviembre de 2010

CURRUPIPIS Y CACATÚAS, LA VENUS NO SE UBICA

Hice dos entrevistas con las dueñas de la tienda: tres hermanas de avanzada edad. Las tres maquilladas a rodillo (como dice el chófer) y con pelos con un volumen un tanto sobrenatural. Lo que cualquiera llamaría cacatúas. No podían dejar de mirarse en los espejos mientras me preguntaban y yo contestaba acorralada en uno de los silloncitos de mimbre del probador. Estaba bastante intimidada por dos sencillas razones: no podía creerme la bola que estaba metiendo (cuestión de supervivencia) y porque el escenario de la entrevista me descolocaba. Un cuartito lleno de espejos, dos silloncitos de mimbre y varias banquetas con telas y lazos gigantes, una mesa y fotografías enmarcadas de niños famosos con dedicatorias (como los cuatro de Miranda y Julio Iglesias). Por un momento sentí cierto reparo, y no sólo por estar a solas en un probador con tres mujeres desconocidas (perdón, señoras, que en la tienda ese vocablo está prohibido).

Ya este empiece me habría tenido que alertar los sentidos, pero la desesperación apaga cualquier sospecha y no pude negarme a trabajar de dependienta en la tienda Barbie en el barrio de Salamanca: La élite de Madrid y de España, en ropa de niños (según las currupipis de las empleadas).

Cuando me levanto por las mañanas me recuerdo que tengo un trabajo y debo sentirme agradecida. Y cuando llego a la tienda me recuerdo que es un trabajo provisional y que sólo me quedan dos meses para que se acabe el contrato. No es que esté a disgusto, al fin y al cabo ya me he hecho un hueco y estoy cogiendo cierto gustillo a vender. Es que mi cuerpo, entrenado para soportar las sesiones más agresivas de la clase turista (horas infinitas de estudio con el culo pegado a una silla) se resiente a estar de pie, corriendo, saltando, subiendo y bajando escaleras a toda velocidad, haciendo equilibrios con cajas gigantes y pesadas, cogiendo vestidos de comunión en vilo con un dedito en la percha…Me queda un consuelo: Definitivamente estoy más fuerte y me duelen más los pies.

Por las mañanas saludo a mis compañeras (pueden ser dos o tres dependientas), saludo a la modista (que para las jefas es “La Señora”) saludo a las jefas, saludo a la administrativa de por la mañana. Sí, todo son  mujeres, sin hijos y con edades comprendidas entre los 45 y los 80: Soy la más joven. Me pongo a barrer la calle, la tienda, a fregar el suelo, a pasar el aspirador…vamos, la rutina mañanera. Todo claro hasta aquí. Luego, comienza el día.

Una de las dependientas empieza despellejando a la otra en confianza conmigo, la otra culpando a la otra de algo inexplicable, y la otra comentando lo poco que le gusta trabajar con la de más allá. Muy bien avenidas, muy bien vestidas, sin necesidad de trabajar, muy bien situadas en la sociedad con maridos empresarios y demás, y por supuesto, con ganas de ganarse mi confianza. Todo con mucha finura porque en esta tienda todo es muy fino, pero como dirían ellas: “se ponen a caer de un burro”.

Lucía: Venus, esas bolsas para los jerseys son muy grandes, ¿quién te ha dicho que los metas ahí? Claro, si por no trabajar…ésta te habrá dicho cualquier cosa y te manda a ti hacerlo. Pero primero habrá que enseñarte: La bolsa tiene que ir pegada al jersey. Déjalo que ya los doblo yo para que queden bien.

Yo miro las bolsas y veo que sobra menos de medio centímetro. Miro como saca los jerseys, como los dobla y donde los guarda. Y empiezo a hacer la misma operación.

Lucía: No, Venus. Déjalo ahí encima que ya lo hago yo porque tengo que ordenar bien el cajón.
Yo: Bueno. ¿Te ayudo en otra cosa?
Lucía: Mira, busca una caja para meter esos pantalones.

Empiezo el periplo…una caja…una caja…¿ésta? Noooo, ésa no sirve, es marrón. ¿ésta? Nooo, es pequeña ¿ésta? Nooo, tiene que tener tapa….pueeesss…no sé. ¿qué tipo de caja quieres? No hay ninguna parecida a las cajas del almacén.

Lucía: ¿No hay? A lo mejor hay que vaciar alguna
Jefa1: ¿Qué estás haciendo?
Yo: Busco una caja para meter unos pantalones
Jefa 1: ¿Cuáles?
Yo: Unos largos de pana
Jefa 1: Uy! No, no, esos son para colgar en perchas en la trastienda. Mira, coge unas perchas de madera y los cuelgas ahí.
Jefa 2: Venus, ¿estás ocupada? Cuando termines con eso, plancha estos vestiditos que son para el escaparte.
Lucía: ¿Qué buscas, Venus?
Yo: Unas perchas de pinzas, de madera, para los pantalones
Lucía: ¿Pero no te he dicho que van en una caja?
Yo: Eh, sí. Pero me acaban de decir que los cuelgue en la trastienda con las perchas.
Lucía: ¿Quién te ha dicho eso?
Yo: La Jefa 1.
Lucía: Pero bueno, esta mujer no se entera de nada, esos pantalones son para guardar en cajas. Yo, de verdad…que ganas de trabajar dos veces…
Jefa 1: ¿Has encontrado ya las perchas que te dije?
Yo: Estoy buscándolas. No sé si van a caber colgados y no encuentro una caja para meterlos.
Jefa 2: ¿Ya están planchados esos vestidos? Es que corre mucha prisa. Mira, plancha eso y luego sigues con los pantalones.
Sara: Venus, hija, búscame unas bolsas de plástico que hay que ir guardando bien los abrigos
Jefa 3: ¡Madre mía, como está esto de cajas sin abrir! Niña, mira, ve abriendo esas cajas para sacar los albaranes y hacer las etiquetas ¡¡qué hay que marcar muchísimo!!

Abro una caja y cojo el albarán, plancho un vestido, cojo unas bolsas por el camino y las perchas las meto en una caja. Suena el timbre de la puerta, otra caja nueva con más ropa. Suena el teléfono de la palanca ¿nadie puede cogerlo? Suena el otro teléfono, es de la otra tienda que quieren saber si tenemos un jersecito celeste de primera puesta “Voy a mirar, ¡no cuelgues!”. Suena el telefonillo para que le diga a la Jefa 3 (que está en la oficina) que coja el teléfono de la palanca. Suena cuatro veces seguidas la campanilla de la oficina (eso significa que tengo que entrar inmediatamente allí, algo quiere la Jefa 3) que busque a la Jefa 2 y de paso que le dé los albaranes. Y entonces, ya cargada con la caja con las perchas, las bolsas, la nota de lo que me han pedido, el vestido planchado esperando a salir y el recibo del mensajero para colocarlo en el pincho y los albaranes, entonces, suena el timbre de salir a la tienda urgentemente. “¿Eso es para mi?” La Señora me dice que sí. Así que, como no encuentro donde dejar las cosas salgo con todo mirando sí tengo que atender a un cliente, ¡pero no!. Esta vez lo que se requiere es que saque un body de manga larga, de talla cero de la trastienda del taller. Ya he dejado la caja en un sitio, las perchas en otro, las bolsas las conservo con las notas, corro a por el body (todavía tengo el teléfono descolgado!) y veo que la caja de los bodys está en la estantería de arriba del todo, debajo de las otras dos que tocan el techo. Me cagüen… y no por nada en especial, es que necesito las dos manos y hacer un hueco para la escalera y bajar las cajas y volver a colocarlas y recolectar otra vez las bolsas y las notas. Triunfal aparezco con el body en la tienda, lo planto en el mostrador y busco el jersecito celeste de primera puesta:

“¡Es una monada! Es que es de algodón de calidad, esta marca es buenísima. Fíjese que bien queda debajo del vestidito” “Mmm, sí, queda precioso, pero no es lo que yo quería” “Toma, hija, guarda el body en su caja”
…Guarra…

Por fin puedo colgar el teléfono en la tienda. Bajo al almacén y le doy a Sara las bolsas. Subo a la tienda y cojo el body. Atravieso la trastienda, el patio interior del edificio y llego a la trastienda del taller. Movilizo todo y meto el body en la caja mientras pienso que el body se lo podía haber metido Lucía a la clienta por donde más le gustase. No es un capricho, es que cada vez que pasa alguien tengo que recoger la escalera, así que he subido y bajado unas ocho veces (con y sin cajas). En el taller La Señora plancha, y yo pincho el recibo del mensajero, dejo el albarán en la oficina y preparo todo para marcar. Prueba superada hasta nuevo timbrazo. ¡Ay! ¡Los pantalones!



Tres días en semana tenemos a un chófer que mueve el género de una tienda a otra, o lleva algún encargo a casa de una clienta. Cuando le conocí me saludó y a continuación me dio una advertencia de familia: no te fíes de nadie aquí. Glup. Una de sus funciones es sacar las cajas de cartón vacías a la basura. Un día le ayudé porque eran muchas y se produjo un pequeño revuelo. “Ni se te ocurra volver a ayudar a David con las cajas, que es su trabajo, como si tiene que hacer tres paseos” Al día siguiente Lucía me lo recalcó adornado con alguna que otra mezquindad. Y al otro las jefas. Le toca hoy tirar las cajas y cuando llega el momento pide ayuda, él solo no puede. Esta vez vuelve a haber otro revuelo:¡Venus te ayuda a tirar las cajas!

Las jefas se marchan juntas con sus peinados, sus joyas, sus caritas pintadas y arrugadas  y sus abrigos de pieles. En el fondo puedo entender todas sus torpezas, son tan mayores… La Señora fue oficinista durante quince años, puedo entender su pasotismo en el trabajo. Las dependientas...

Siempre con simpatía, pero procurando no enseñarme aquello que sólo ellas deben saber para ser indispensables: utilizar la caja, poner la alarma, dar unas luces y no otras, marcar y separar ropa para las otras tiendas…en fin, esas cosas dificilísimas. Una decide ridiculizar mi falta de conocimientos en cuanto a ubicar géneros y tallas, y la otra directamente me ocupa con la plancha. En fin, estrategias elaboradas con delicadeza entre arrullos y diminutivos.

Pero dios es grande (también es muy propio de estos saraos recurrir al grandísimo) y ha enviado bajas por doquier. Puedo atender a los clientes y vender.


Próximo capítulo: Cultura callejera repartiendo papelotes.

jueves, 28 de octubre de 2010

LA VENUS VUELVE A CASA


Volví a casa tres veces.

No soy una oveja descarriada, ni me dedico a viajar. Tampoco he sido una hija que matara a disgustos a sus padres escapándose de casa. De hecho, creo que he tenido  (y tengo) una existencia social que ha pasado sin pena ni gloria. Cuando quise cambiar eso pensé en el voluntariado y en una arranque místico concerté una cita para que me informaran. Podéis imaginar que no llegó a más. El arranque místico quedó neutralizado con la expectativa de hacer un bien social y trabajar. Todo quedó en un par de días repartiendo publicidad en la boca del metro… pero eso ya es otra historia.

Volviendo al tema principal: En la vida se pueden tener varias casas a las que ir y volver, pero suele haber una de referencia. En mi caso, es la de mis padres. Y es esa casa a la que me refiero en el título.

Estoy en casa de mis padres y a veces dudo si alguna vez dejé de estar y soñé esas idas y venidas; O si por el contrario estoy aquí pasando una temporada de retiro. Para mi familia, claramente he vuelto. Aunque mi abuela afirma que estoy presente de cuerpo y ausente de espíritu, he vuelto y soy La Venus de la infancia pero con la pequeña incomodidad de que ahora abulto más. Soy la versión beta de la otra Venus. Ésta parece que nunca estudió y es mucho más contestona. Es lo que tiene el vivir una segunda adolescencia, que también puedes salirles a tus padres rana: “¡a esta niña no se la puede hablar!” “Pero bueno, que pasa, ¿ahora te vas a encerrar en tu habitación?” “Hija mía, no haces más que hablar por teléfono” Y tiene sentido, porque ya no hay hueco para mis nuevas manías hogareñas arrastradas de una y de otra casa. Tampoco es fácil si se piensa en que no hay tiempo ni espacio para sumergirse en Internet sin tener a tus padres a unos diez centímetros de tu espalda. Cuando ya no controlas tu mismo lo que comes, ni lo que duermes y cada movimiento es un acontecimiento familiar con repercusión a otros núcleos familiares…

En cualquier caso, lo que no tengo muy claro es como debería salir uno después de ir y volver al más allá tres veces. Los regresos sucesivos demuestran que sí existen las apariciones. Al menos yo me siento en un estado fantasmal.

El primero fue la vuelta después de vivir casi un año en otro país. Volví porque no debía trabajar hasta acabar íntegramente la carrera. Como tampoco habría podido subsistir un mes más fuera del hogar (es difícil cuando no se trabaja) volví. Fue traumático.

El segundo regreso, fue literalmente dramático. Aparecí un día en casa llorando y les dije a mis padres:
-Me vuelvo
Esto era por iniciativa propia (tampoco tenía trabajo). Pero lo que no sabía era que al día siguiente me tocaría desmantelar mi segundo hogar en tiempo record, para seguidamente comprimirlo en cuatro cajas, las cuales desaparecieron en el trastero de mi hermana. El trauma también fue de categoría, sobre todo por el peso de otras historias.

El tercero, no podría contabilizarse en el tiempo ni en el espacio por mi estado espectral. Pero para mí cuenta como cualquiera de los otros dos. La ida empezó como empiezan todas las vacaciones. Después ya no eran vacaciones (me quedé sin trabajo) y se convirtió en un viaje. Y el viaje en camino espiritual hacia la felicidad. De esta forma tan sencilla, su casa la vivía como mía también y dejé de verle el sentido a la vuelta. Pero no tenía trabajo y volví.

Últimamente pienso mucho en mi casa.

Practico la bilocación cuando puedo (gracias Iker por aportar ese fenómeno a mi vida) o al menos me entreno. Quiero estar preparada en esta materia para empezar a montar mi casa en la dimensión astral que me reserve. El trabajo con sus salarios de mierda anti-emancipación ya no me preocupa: Para cuando lo encuentre, la sociedad habrá entendido la importancia espiritual de la existencia y seremos todos ascetas.
Aun así… echo de menos sentirme libre.


Próximo capítulo: Currupipis y cacatúas, La Venus no se ubica.

jueves, 21 de octubre de 2010

LA VENUS Y LA TIENDA AMARILLA DE ARREGLOS

Suena un mensaje en el móvil justo después de comprobar (y volver a comprobar) dos acontecimientos memorables: por fin he cobrado lo que me debía la ETT de la primera quincena de diciembre a día 23 de enero, y definitivamente perdí comba en las oposiciones de secundaria. Todavía en un estado indescriptible y saltando de una página a otra de la red, leo el mensaje: “Hola!soy ana de siglo xxi.busco azaf xa campaña de inauguración d tienda ls dias 24,26,30,31.de 11 a 13 y d 17 a 19h.56€ el dia.Si t interesa envia 1sms con tu nombre.gracias!”
Contesto: “Venus”
Recibo: “Hola Venus.cuento contigo xa el trabajo.ahora t llamo y t cuento.gracias”

“Envía el nombre del concursante que más te guste y gana cuatro días de trabajo. ¡Joder, qué modernas las agencias! Uy ¿no será todo esto un timo? Seguro que me levantan pasta del móvil o me enganchan llamadas internacionales…”

Parece que no, la tienda es de arreglos de ropa y la campaña consiste en ponerme una gorra amarilla y repartir papelotes por la calle. Oferta irresistible si nos ves otros ingresos cercanos…

Haciendo caso omiso a mi sentido del ridículo cruzo la plaza y llego a la calle de la tienda. Voy con tiempo suficiente como para detenerme en los escaparates. ¿Cuál será la tienda amarilla? ¡No la veo! Vuelvo a pasear por la acera sintiendo más cercano lo de trabajar la calle, perdón, en la calle. Y sí, hay un cartel amarillo que corresponde a un local en obras ¿qué cojones es esto? Tres tíos con rastas y mucha alegría, cortan tarima.
-Hola
Levantan la vista
-¿Ésta es la tienda de arreglos? – Pregunta absurda por mi parte.
Miradas interrogativas
-Es que… se suponía que hoy trabajaba aquí.
-¿Qué vienes a trabajar a aquí? Pues…(risitas)
-Me han dicho que la tienda se inauguraba hoy
-¿Te han dicho eso? ¿Estás segura de que es esta tienda?
Les digo la dirección completa y la confirman entre risas
-Mira como estamos. Ni hoy, ni mañana y el lunes…ya veremos. Con esta obra han tenido mala suerte, se ha complicao… - y yo pienso que a mi qué coño me importa - …pero ¿te han dicho que vinieras a trabajar hoy?

Ya no sé quien está más asombrado, si ellos o yo. Así que nos dedicamos a mantener una conversación interesantísima en la que nos repetimos las mismas preguntas una y otra vez.

Con las tablas de por medio, el cassette jeborro y el gentío esquivándome, saco mis conclusiones: “a estos carpinteros les gusta cañear en el rastro y además les ha tocado currar en una zona de marcha el fin de semana. Vaya putada, la suya y la mía (que me quedo sin trabajo)”. Me han caído bien. Tienen cara de que a ellos también les han tangado…un consuelo…Salgo de la nube de serrín y de mi propia nube y empiezo a llamar a Ana sigloxxi .

Ana sigloxxi se porta bien y me asegura que cobraré esta tarde como si hubiese trabajado. ¡He ganado 28€ sin hacer nada! ¡He ganado 28€ esta semana! He ganado 28€ este mes…28€…No puedo quejarme: sé de sobra que todavía podría haber ganado menos. Además, Ana sigloxxi me dice que lo voy a cobrar prontito: el 10 de Febrero.

Próximo capítulo: La Venus vuelve a casa.

jueves, 14 de octubre de 2010

Hola, soy la Venus y busco trabajo

Esta combinación me suena a puta, pero es cierta. La podría adornar, ignorar o incluso darla la vuelta: Busco trabajo…¡Soy La Venus! (¡Qué ridículo!) En cualquier caso me desagrada como me desagrada pensar que, sin ser puta, me tocará trabajar en la calle.

Me digo La Venus porque todos me lo dicen. A mi no me importa, al fin y al cabo, así es como me llamo: Venus. El nombre existe como tal. De hecho, una conocida de mis abuelos también se llama así y (no sé si por broma del grandísimo o por esas ironías inexplicables de la vida) la mujer es feísima. Tan fea que los gemelos más picieros del pueblo quedaban petrificados cuando salía ella a regañarles. Y tan, tan fea, que me amargó la infancia porque pensaba que el nombre y la feúra eran causa y consecuencia. Algo me queda de esa vieja superstición, y a veces pienso que tampoco sería tan extraño que me cayera un castigo por llevar por delante un nombre así de osado. Dios dirá.

Me gustaría describiros mi vida, pero hace tiempo que se ha vuelto compleja. Explicar todas las amargas (y no amargas) tramas que me llevaron a este punto me resulta casi imposible. Estoy desorientada. Por eso, dejadme que me detenga y reflexione… el otro día descubrí que para las mentes simples, mi punto es tan lógico como sencillo. Esto me aturde más todavía, debo ser algo tonta y no consigo ver nada claro. No encuentro el final del hilo, ni el principio y termino cayendo en el caos de caminos que tomé y no acabé. Por esa razón me limitaré a contar capítulos y el que pueda, que los mezcle como las plantas se mezclan en un jardín, a gusto del creador (en este caso, del lector).

Próximo capítulo: La Venus y la tienda amarilla de arreglos.